HISTORIA DE PIRIÁPOLIS

Un curioso anuncio se leía el 12 de febrero del año 1874 en los periódicos y en los volantes de los trenes. En él se invitaba a los montevideanos a convertirse en propietarios en forma simple y barata: “Importante remate de terrenos en solares en EL RECREO DE LAS PIEDRAS...Aquello es un cielo. El aire más puro que se respira... ¡Allí se goza de salud y sobra! Sólo los doctores en medicina mueren de hambre. En Las Piedras nadie muere antes de los 100 años. ¡Es la tierra prometida!.

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El dinero mejor invertido. Los bancos pagan un interés insignificante (cuando no quiebran). Con lo que economiza en cigarrillos se puede salir de pobre de la noche a la mañana.”

Para lograr vivir en esta “tierra de maravillas” bastaba con acercarse a la esquina de 18 de julio y Andes y desde allí sería transportado en tren al lugar del remate de los terrenos.

Quien proponía esto era el joven Francisco Piria, quien contaba por entonces 27 años de edad y estaba formando su fortuna, mientras vendía terrenos a plazos que estaban formando pueblos y barrios. Veinte años después de ese remate en Las Piedras, declaraba orgulloso que había fundado 350 pueblos y barrios, vendido 175 mil solares y había convertido en propietarias a 50 mil personas.

Era una obra suficiente como para retirarse de la escena, descansar y disfrutar de la fortuna hecha. Pero no era esa la intención de Francisco Piria, quien hasta su muerte a los 86 años, fue un “hombre de acción”.

En 1873 Piria tenía 26 años. A pesar de tan corta edad contaba con un capital y un método propio de trabajo que le daba éxito. Poseía un carácter locuaz y un poder de persuasión que le permitían rodearse de gente que transformaba en clientes. Atento observador de todo lo que le rodeaba había visto cómo en los últimos tiempos ciertos individuos estaban logrando éxito y dinero en otro tipo de remates: los de tierras. Compraban tierras, las fraccionaban en solares y las vendían en remates públicos a una población creciente y ávida de poseer su propiedad.

Piria encaró el asunto. Muchos años después, en uno de sus libros, escribió: “En todas mis empresas yo concibo, abarco, mentalmente ejecuto, y lógicamente procedo como quien resuelve una operación de álgebra: resuelvo mis operaciones y no me equivoco nunca. Mi guía es mi criterio”.

Con esta línea de pensamiento Piria entró al negocio de las tierras y no sólo alcanzó a los competidores sino que los superó ampliamente. Existían empresas que se dedicaban a especular con los solares. Compraban tierra, las dividían, las ponían a la venta prometiendo instalaciones varias que permitieran la formación de un núcleo poblado y luego esas promesas no se cumplían. Los adquirentes de los terrenos se quedan con ellos pero las construcciones nunca se hacían y, al decir de un periódico de la época, solo servían para “cultivar cebollas y coles”.

Pero Piria va a tener otra intención. Trataría de llenar necesidades y no de fomentar especulaciones. El ganaría pero también beneficiaría a otros.

A nadie se le había ocurrido hasta entonces (o a nadie le interesaba) que el pobre artesano, que malamente podía economizar tres, cuatro o cinco pesos mensuales, pudiera hacerse propietario, arraigándolo al país. Esta gente de pocos recursos no podía adquirir grandes áreas de terreno que tampoco necesitaban; sólo necesitaban una fracción de tierra en la cual construir su vivienda.

Esas personas, además, no podrían pagar en su totalidad el precio del solar. También había que fraccionar el precio para que pudieran pagarlo en cuotas mensuales. Esto le daría a Piria la posibilidad de ingresos todos los meses. Cuantos más fueran los que podían comprar a plazos, más serían los ingresos mensuales.

Y Piria puso manos a la obra para atraer a los compradores, usando, cuando no, su ingenio de publicista. La mejor forma de explicar a la gente los beneficios y ventajas de comprar los terrenos era por medio de folletos, escritos no en forma académica, sino en el lenguaje liso y llano del pueblo, para que todos entendieran. Pero aquellos a quienes Piria quería atraer no compraban folletos explicativos. Había que dárselos gratuitamente y en grandes cantidades. Pero la sola lectura de los folletos, por efectiva que fuera, no bastaba para conseguir los compradores. Piria se dio cuenta que había que llevarlos hasta los terrenos, que vieran con sus propios ojos cuál era el objeto de su compra. Por lo tanto era necesario disponer de un medio de transporte a costa del propio vendedor. Y además el remate debía no debía ser sólo eso, un acto aburrido como eran habitualmente los remates, más para personas que no concurrían a ellos. Los remates tenían que ser una fiesta para toda la familia.

Con estas ideas Piria creó una nueva empresa “La Industrial” e inmediatamente se dedicó a preparar los primeros remates de terrenos. El 11 de febrero de 1874 los lectores de “El Siglo” se deben haber sentido intrigados al leer un aviso que decía: “francisco Piria.¡¡El 1 de marzo!! ¡Importante remate! ¡De terrenos en solares! En el Recreo de Las Piedras, frente a la estación del Ferrocarril Central del Uruguay. Los terrenos más importantes. La mejor localidad. Terrenos de gran porvenir. Único remate de prueba. Los detalles se publicarán mañana.” Y al día siguiente venían los detalles que incluían la descripción de las bondades en salud que aquellas prometían. Los avisos se fueron sucediendo y los detalles ampliando. Se anunciaba el traslado gratis en ferrocarril de los interesados y se anunciaba una gran fiesta campestre que incluía “asado con cuero, carreras de sortijas, ricos vinos, habanos, la mejor banda de música y fuegos artificiales.” Más adelante los incentivos para que los interesados concurrieran (y los no interesados también se engancharan y terminaran interesándose) se multiplicaron: carreras de caballos, alfajores de dulce de leche, bizcochos y hasta champagne.

Era tan atractivo lo que se prometía que seguramente muchos iban por la diversión, el paseo gratis y, tal vez lo que interesaba a más de uno, la comida. Eso parece quedar demostrado por un aviso que alertaba que no se admitiría a los chiquilines y advertía a los “guasos y mamporras se queden en su casa y no vayan a ocupar un sitio en el tren que puede ser ocupado por algún interesado que puede ser comprador.”

Una crónica de un diario de la época describió de la siguiente manera los remates de solares de “La Industrial”: “El terreno del remate es una verdadera romería. Aparte de los interesados en la compra, concurren allí todos los que no tienen nada que hacer de sus domingos, aprovechando la ocasión de tener un día de campo y hartarse sin que les cueste un centavo, merced a la generosidad de Piria, a quien poco se le da sacrificar algunos pesos a trueque de ver su remate bien concurrido. Piria sube entonces a la tribuna guarnecida con grandes afiches de futuras quemazones y enardece a la multitud con su decir crepitante y ocurrente, el gesto medido, bien timbrada la voz y exento su discurso de esas rectificaciones congeladoras de la euforia pública.

“Nadie como él para despertar en el obrero el amor a la propiedad. Con la palabra sencilla y fácil le hace entender la conveniencia de tener un terreno propio, adquirido sin el menor esfuerzo, con sólo ahorrar cada semana lo que el domingo gastaría en placeres perjudiciales para su salud y oneroso para su bolsillo... Caliente, pues, y bien leudado el ambiente, Piria lanza su primer oferta: un real la vara, real y medio, dos reales, y ¡tácate! Cae el martillo empuñado con enérgico donaire. Una seña visual al maestro Androvaldi y la banda, ya atenta al percance, suena con la polca de Becucci “La Canutiglia”, la concurrencia aplaude.

“En seguida entra en liza con el segundo, con el tercero, con el undécimo quinto solar. Es aquello una seguidilla de palo y chimango al suelo. Se venden todos los solares a precios bajísimos.”

Al comenzar la década de 1890 Piria emprendió nuevos negocios; concretamente el que dará más fama a su nombre. El 5 de noviembre de 1891 adquirió 2700 cuadras de campo entre el Cerro Pan de Azúcar y el mar, en el departamento de Maldonado. Tenía otra opción que fue desechada: comprar toda la zona del barrio Caballito en Buenos Aires. En esos años la capital argentina ya asomaba como una gran ciudad. Pero Francisco Piria se decidió por comprar ese campo desierto que terminaba en una bahía de amplios arenales. Ese mismo año, 1891, había realizado un viaje a Europa visitando Ostende, Biarritz, San Sebastián, Lido, Trouville, entre otros puntos. Este viaje, donde visitó tantas zonas costeras en el momento que los balnearios se ponían de moda (era la época de los impresionistas y su pintura a “pleno aire”), le hizo ver las posibilidades de explotar comercialmente las costas uruguayas. Si en Europa los balnearios eran visitados con asiduidad y daban buena rentabilidad ¿por qué no podía pasar lo mismo aquí? La compra de ese territorio costero, que luego será conocido como Piriápolis, comenzó con una gira en break, pernoctando incómodamente en el propio carruaje o en “hoteles” donde la cama era un simple catre iluminado por una vela sobre una lata de kerosene abollada, como el “Hotel del Gato” en San Carlos.

Piria visitó Punta del Este pero le pareció demasiado pequeño para su proyecto. Le interesó más ese paraje desolado rodeado de cerros: El mismo Piria explica años más tarde: “Yo sentí todo el calor ardiente de una pasión de enamorado, y desde ese momento surgió en mi imaginación la ciudad balnearia. El campo era un desierto, una tapera desplomada única población y algunos alambrados caídos cuando lo adquirí. Poco después hice el trazado de la futura Piriápolis, y cuando el agrimensor Alfredo Lerena vio mi proyecto exclamó: ‘hermano, tu estás loco’. Un año más tarde vio Lerena cuarenta mil pozos de un metro cúbico abiertos en todas las calles, boulevares, avenidas y plazas. Volvió un año más tarde y vio cuarenta mil árboles de más de dos metros de alto”.

La plantación de miles de árboles que cubrieron toda la región entre el cerro Pan de azúcar y los después llamados cerro San Antonio y cerro del Toro, le valieron a Piria, en 1910, una medalla de oro y un premio de diez mil pesos que destinó a la construcción de una escuela (la actual “escuela del Pueblito”).

La primera construcción que se proyectó y se levantó en la zona fue la propia residencia campestre de Piria: el castillo, obra del ingeniero Aquiles Monzani. En torno a la ciclópea construcción plantó 250 hectáreas de viñas y 200 olivos traídos de Italia. También importó 50 mil castaños pero trámites burocráticos impidieron su rápido traslado y se malograron. Para aprovechar las viñas Piria instaló una bodega junto al cerro Pan de Azúcar, importando toneles de Francia. Se plantaron un millón doscientas mil cepas de 137 variedades diferentes de uva con las cuales hacer el vino y una bebida creada por el genio propagandístico de Piria: la cognaquina, bebida que la propaganda definía de “efectos medicinales”. También explotó las riquezas minerales que la zona ofrecía creando canteras de granito, pórfidos y mármol. Para realizar todas estas actividades se contrataron obreros y, en un principio, se construyeron cuatro grandes edificios de piedra conocidos como “La central”.

La zona de la costa fue dividida en solares y rematada como había hecho en Montevideo. Luego vinieron los hoteles. El primero fue un barracón de madera que había servido de sede en una exposición en Montevideo. Piria lo compró, lo hizo desarmar y trasladar a Piriápolis donde lo hizo armar nuevamente y fue habilitado como hotel en 1900. En 1908 se inauguró el Gran Hotel Piriápolis (actual Colonia de Vacaciones de Enseñanza Primaria) con capacidad para 300 personas.

Dos años después Piria construyó el puerto, a donde llevó vapores con visitantes de Buenos Aires. Luego extendió una vía férrea que cubría 15 kilómetros entre Piriápolis y la estación de Pan de Azúcar a la cual llegaban los ferrocarriles que partían de Montevideo rumbo al este del país.

A estas imponentes obras hay que agregar la rambla de 7 kilómetros de longitud, toda amurallada, pavimentada y arbolada (destruida por las tempestades y vuelta a construir), una usina generadora de energía eléctrica, y una serie de paseos públicos: la Cascada, la Fuente Venus, la Fuente del Toro, el templete sobre de San Antonio, el Pabellón de las Rosas, entre otros. Así fue dando forma a su sueño de balneario. Y la publicidad no podía faltar en una actividad de Piria. Invirtió 15 mil pesos oro que para aquella época significaba mucho dinero para incentivar el turismo. En 1918, en un folleto destinado a la Argentina, Piria decía: “Los encantos de Piriápolis no los tiene ningún balneario del mundo y no es esto una botarada quijotesca, sino una palpitable y tangible realidad. Nosotros hemos recorrido el mundo entero, visitando todas las playas más famosas, y no hemos encontrado ninguna tan completa como esta.

“Playa mansa, suave, cubierta de fina arena cuarzosa, agua salada, en pleno océano, montañas que besan el borde del mar, bosques sombríos colosales, al lado de la misma playa: se sale del agua y se encuentra en el bosque, o se sale de la playa y se entra al hotel.

“Aguas minerales de gran mérito e inestimable valor, que no se explotan porque falta tiempo, pues en Piriápolis el tiempo falta para todo. Hay de novecientos a mil hombres que trabajan día a día todo el año y la obra no lleva miras de terminar, ni terminará, mientras tengan aliento y vida, pues allí, la evolución creadora avanza y se desdobla multiplicando de día en día los encantos de ese verdadero paraíso terrenal”. “Todo allí es encanto, vida exuberante y sonriente. Piriápolis es el reparador de las naturalezas débiles, de los anémicos, de los cloróticos, de los cansados de la vida, de los que quieren descanso, de los que sufren de insomnio, de nervios, de surmenage, que es la enfermedad del siglo”.

Pero Piria no tenía todo a su favor; más de una vez se quejó de la falta de apoyo y hasta de la persecución que sus obras tenían de parte del gobierno. Aduciendo que no se había terminado la construcción del puerto en el plazo establecido, el gobierno de turno intentó quedarse con las obras del puerto y el ferrocarril. En 1926 se quejaba en un artículo del diario “La Tribuna Popular” (del cual era co-propietario), porque el gobierno usaba para la construcción del edificio del Correo granito importado, ignorando los hermosos granitos de las canteras del cerro Pan de Azúcar.

A pesar de estas diferencias con el gobierno, en 1920 el presidente Baltasar Brum colocó la piedra fundamental del que sería el hotel más grande de Sudamérica: el Argentino Hotel. Se inauguró diez años después. El edificio tiene 120 metros de frente, por 70 de fondo, 6 pisos y poseía capacidad para alojar a más de mil personas. Originalmente la cocina del hotel, incluyendo la rotisería y la fábrica de helados, medía 2000 metros cuadrados. Los hornos de la panadería podían abastecer a toda la ciudad de Montevideo. Se contaba con dos cámaras frigoríficas para mantener frescos 2 millones de huevos y cocinas que tenían 40 hornallas y 40 hornos.

En el piso bajo estaba instalada la usina hidroeléctrica, los baños caliente y frío con agua salada, un gimnasio, salones de billar, peluquería, etc. La lencería de hilo fue importada de Italia, la vajilla de Alemania, la cristalería de Checoslovaquia y los muebles de Austria.

Francisco Piria murió el 10 de diciembre de 1933, a los 86 años. Falleció en su residencia de la calle Ibicui, en Montevideo (actual sede de la Suprema Corte de Justicia), que habitaba desde 1928.

Jorge Floriano. Síntesis: Alberto Fernández